El horror cósmico y el lenguaje: En las montañas de la locura, H. P. Lovecraft

El sentimiento de horror es uno de los más difíciles de explorar y relatar. Esa angustia interior. Esa sensación de que en cualquier momento va a aparecer algo de entre la oscuridad. Si atendemos al cine podemos observar que la sugestión, los sobresaltos en pantalla y la utilización de personajes fantásticos espectros, vampiros o madres del más allá que reclaman venganza son los que componen la mayoría de relatos, y en la literatura las temáticas no cambian demasiado. Lovecraft dio una vuelta de tuerca al concepto de horror. Situó el miedo en lo desconocido, en la inmensidad del universo y en la insignificancia del mismo horror humano. La editorial Alianza ha publicado una serie de relatos de H. P. Lovecraft bajo el título En las montañas de la locura, el relato más largo del autor y aquel que esconde las claves para entender su mundo literario. 

Ilustración, forma parte de los libros dedicados a Lovecraft de Alex Nikolavitch

En las montañas de la locura
 (1936) nos presenta a William Dyer, un geólogo que realiza una expedición al inhóspito continente antártico junto a su equipo. El objetivo de dicha expedición es el de encontrar fósiles y completar la documentación sobre las especies y el desarrollo en la zona. Uno de los miembros del equipo decide entonces llevar a cabo la exploración en solitario y comienza a enviar información interesante sobre nuevas y extrañas especies encontradas, que no se corresponden con ninguno de los registros. Pasan los días, pero no vuelven a recibir noticias de su compañero, así que Dyer y y Danfort inician una segunda expedición. En su camino, encuentran la realidad más desagradable, no solo la de su compañero, sino también el horror que se esconde tras las montañas de la Antártida.


Lovecraft nos sumerge con este relato en una parte del mundo que él mismo ha creado y que acabará de matizar con las otras publicaciones, componiendo así los mitos de Cthulhu. 


Nos presenta entonces a unos seres venidos desde el exterior Primigenios, dioses arquetipo, etc, pero que  habitaban este universo mucho antes que nosotros y tienen sus propios conflictos, sin que el ser humano tenga la más mínima importancia en ellos. Ahí reside la magia.

El libro está escrito como si de un informe científico se tratase, y en parte así es, porque el protagonista lo escribió tras la expedición con el objetivo de advertir a los otros científicos de los horrores que inundan nuestro mundo, y así disuadirlos de repetir su viaje a la Antártida. Este lenguaje, sin embargo, responde a otros objetivos en el imaginario literario de Lovecraft, puesto que será una de las herramientas con las que configure la fina línea entre la realidad y la posibilidad, dotando al lector de una angustia constante para llegar al conocido como "horror cósmico". Hay que tener en cuenta el contexto de publicación, que fue en fascículos dentro de una revista, pues no estaba lejos de aquel 1938 en el que una población aún crédula se atemorizó por la conocida retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos de Orson Welles (1898).

Indagando en las profundidades de En las montañas de la locura podemos encontrar diferentes características muy interesantes a nivel lingüístico y filosófico. Todo parte de una premisa sencilla y que se encuentra en otras muchas obras de ciencia ficción: el ser humano cotidiano descubre una realidad detrás de la realidad. Ahora bien, la principal duda que surge será si esa nueva realidad acontece peor o mejor que la que conocemos, y si la "realidad real" será, en definitiva, más desagradable, como parece señalar H. P. Lovecraft.

La realidad en términos absolutos

El horror cósmico no es simplemente el miedo a los extraterrestres o a los monstruos con tentáculos que aparecen en los relatos. El horror cósmico es el sentimiento humano que surge como consecuencia de percatarse de su lugar e insignificancia dentro del mundo, esa sensación de soledad resultado de descubrir un universo a gran escala, lleno de vacíos y variables desconocidas. A medida que avanzamos en la lectura nos alejamos de la concepción subjetiva del mundo, es decir, aquella que hemos podido contemplar a lo largo de nuestra vida y que a nuestros ojos tiene un sentido lógico. Nos entregamos entonces a la lectura, a una puerta abierta hacia los misterios escondidos en la Antártida hasta encontrar una realidad oculta, con seres venidos del exterior.

Es curioso e interesante el uso que hace el autor del lenguaje en el transcurso de la narración, pues en los primeros capítulos se encarga de describir minuciosamente y con un lenguaje científico y objetivo cada uno de los ejemplares que va encontrando. A medida que avanza la lectura se va despegando de esta metodología y empieza a utilizar adjetivos como "inconmesurable", "indescriptible" o "increíble" en un intento de seguir detallando lo que encuentra, pero estas descripciones se escapan a la concepción humana, y por tanto, a su lenguaje simbólico. Lovecraft alude incluso a nombres como Cthulhu o Yog-Sothoth, imposibles de pronunciar correctamente con las cuerdas vocales humanas, como explicará el autor en algunas cartas, porque no están creadas precisamente para los humanos.

Por otra parte, también cabría destacar la contradicción que supone analizar el desarrollo lingüístico de Lovecraft en su relación con el verdadero mensaje del libro o su vertiente más filosófica. El autor escribe un relato en el que los personajes se van acercando más y más a la realidad en cada párrafo, a una realidad que desconocían por falta de sabiduría, por ejemplo, debido a la falta de indagación en la Antártida. No es hasta al final del libro cuando descubren la "realidad real", menos amable que la que hemos configurado para nosotros mismos durante milenios. Al mismo tiempo, el lenguaje objetivo y minucioso se torna descuidado, con términos que aluden a lo desconocido o lo indescriptible, y esta relación es una característica más de su horror cósmico, de esta contradicción del lenguaje, que aparece como insuficiente ante lo real.

El lenguaje tan solo sirve para describir nuestro mundo, con términos limitados, como revela el propio Lovecraft durante su narración y, como en cualquier obra fantástica, acaba quitando el velo a lo real, a aquello que escapa de nuestro entendimiento y nuestra terminología. A más cercanía con la realidad, más difusa es la narración y menos científica: la ciencia se pone al mismo nivel que la religión o las humanidades, es decir, como ámbitos humanos y por ende insuficientes para explicar el verdadero universo que existe. De ahí el horror cósmico, de ahí la angustia por algo que se escapa de nuestro control.


Como podrá observar cualquier lector medio, Lovecraft no destaca ni llega a nuestros días por su prosa, que no tiene nada de especial en comparación con las corrientes anteriores o posteriores, pero sí se debería destacar el uso inteligente de esta misma prosa, que es la que ya he comentado. Así, el autor nos acompaña hacia la realidad, pero al mismo tiempo sigue advirtiendo que el lector no va a poder acceder a la misma realidad por medio de su prosa. Es más, el supuesto protagonista de En las montañas de la locura escribe con el objetivo de alejar a otros humanos de dicha realidad.

 Lovecraft, entonces, acaba señalando que nunca podremos acceder del todo a la realidad, sino tan solo a una representación de la misma. 


Rescato esta conferencia para seguir hablando sobre el lenguaje y su función representativa, porque: "todo lo que en la realidad humana es construido está construido primitivamente por ciertas relaciones simbólicas que después pueden encontrar su confirmación en la realidad". En Lovecraft vemos como se relacionan tres ideas: la imagen de la realidad, que se vislumbra a través de las muestras de fósiles extraños de su compañero que no pertenecen a ninguna especie conocida, en segundo lugar la intención constante de describir, enmarcar y delimitar lo que está ocurriendo en forma de informe, en un registro simbólico, que cada vez es menos capaz de describir la realidad y, por último, la realidad real, que no se descubre hasta el final del relato, es imposible de abarcar y no se subordina a ningún lenguaje.

La conclusión que extraemos de todo ello es que el autor nos enseña cómo la realidad objetiva, aquella que nosotros vivimos día a día, con nuestras preocupaciones y cavilaciones, no es más que el "mundo" más cómodo, una construcción que sirve para soportar el hecho de vivir en un universo mucho más angustioso y hostil de lo que pensamos. El lenguaje limita, pero nos permite seguir viviendo en este sitio concreto. En un universo a gran escala no tienen cabida nuestros problemas, nuestras disputas o nuestra moralidad. El miedo en Lovecraft no surge de un monstruo gótico ni un vampiro al acecho, sino de nuestra propia situación en el universo. Lovecraft tiene una visión pesimista del ser humano que se evidencia en su obra: "Como base de su terror pueden enumerarse dos características. La primera es la mención de fuerzas sobredesarrolladas externas a la humanidad. Este elemento, a la vez, se combina con la búsqueda incansable de lo desconocido. Su estilo queda retratado como un pesimismo ante las pobres capacidades del ser humano, quien se queda empequeñecido por lo inconmensurable del cosmos", explican en este interesante artículo.

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Esta característica basada en interpelar a lo desconocido podemos observarla hasta en la elección del ambiente, por ejemplo, al decidir trasladar la narración a las tierras inexploradas de la Antártida. El lenguaje jugará entonces con la dualidad, la de lo conocido y lo desconocido, haciendo que ambas se entremezclen y acaben horrorizando. No hemos hablado aún de uno de los elementos más conocidos dentro del imaginario literario del autor: el Necronomicón. Este libro imaginario aparece en gran parte de la producción de Lovecraft y explica los entresijos del mundo que ha creado. Escrito por un árabe loco, Abdul Alhazred, explica el origen antiguo de los mitos lovecraftianos. Aunque no es el tema del análisis, la posible alusión a la religión también es interesante, partiendo de la creación de dioses y entes externos a nosotros de Lovecraft, sustentados en escrituras antiguas —el Necronomicón— para reafirmar sus orígenes como mito y algo premonitorio y anunciado, hasta finalmente tener una concepción de la ciencia como disciplina incapaz de explicar el mundo que nos rodea.

Este libro, creado con el objetivo de dar verosimilitud a la historia, se remonta al pasado y a los libros antiguos dentro de la "ciencia ficción" de extraterrestres, una característica interesante si hablamos, nuevamente, de la dualidad, esta vez entre el pasado y presente. Fernando Darío González lo explica en su tesis sobre el autor: "Esa posibilidad explicativa de los mitos, aplicable también a otros textos de la literatura oral tradicional, así como a la ficción científica, podemos emplearla en nuestro estudio, ya que el héroe, y en general muchos de los fenómenos que afectan al ser humano se reducen a la dualidad, y al espacio intermedio que se encuentra entre los extremos: bien/mal, conocido/desconocido, material/inmaterial, orgánico/inorgánico, otro/yo, pasado/futuro, etc".


El horror y el  contexto

Por último, hablaremos del género del terror cósmico en su relación con el contexto, ya que las características que emergen de la obra lovecraftiana también tienen su vinculación con las corrientes anteriores y la redefinición del mismo género fantástico. Como señala Fernando Darío González muchos son los autores que han tenido predilección por hacer sufrir al lector con sus escritos, pero destaca en especial a Lovecraft por ser aquel capaz de ocupar el espacio vacío entre la literatura de horror británica y la estadounidense. Muy ligado al contexto de cada país, Estados Unidos —referido al territorio y cultura poscolonial resultante tras 1787 se convierte en un gran exportador de obras de ciencia ficción, pero estas partirán de elementos nuevos, avances científicos y experimentos a futuro, porque no tendrá un pasado al que aferrarse, una historia clásica de mitos a los que remontarse. En cambio, como señala la tesis, Inglaterra hace todo lo contrario, y encuentran en los orígenes arcanos la clave para explicar el mundo:

 "Mientras que lo cósmico norteamericano se deriva de la latitud espacial, el británico depende de su propia antigüedad para obtener el mismo sentido literario"


Como hemos comentado al principio del post, Lovecraft huye de los mecanismos de terror clásicos apoyados en los monstruos o seres ya conocidos en la literatura de ficción. Para comparar la vertiente gótica y la cósmica no nos fijaremos únicamente en el lenguaje —es evidente la diferencia entre los textos de Lovecraft y los del romanticismo literario del siglo anterior o en el contexto territorial entre el eje Estados Unidos-Inglaterra. Yendo un poco más allá, la propia creación del monstruo en la literatura gótica y la cósmica responde a otro interés, a otras carencias, a otra forma de entender el miedo y al ser humano. Del antropocentrismo gótico nos trasladamos a un nuevo paradigma, como explican en este artículo: "Howard Philip esquiva así uno de los errores de las generaciones románticas anteriores, que era la predilección del humano sobre el monstruo. Ese cambio, en esta medida, hace de sus villanos algo memorable, pues no son piñatas a las que se le buscan destrozar, sino personajes autónomos que muchas veces suelen tener una cultura más desarrollada que la humana".

Los relatos de terror a lo largo de la historia no solo han pretendido asustar e inquietar al lector, sino que además intentan representar las inquietudes antropológicas concretas de cada contexto. Martín Alegre definía así la literatura gótica clásica: "Como la posmodernidad, su hijo literario este monstruo posmoderno está fabricado de retales, duda de su propio yo, carece de destino y de asideros de tradición, es consciente de su inconsciente aterrador, duda de sus mecanismos cognitivos y acaba por aprender que su destino ha de forjárselo él mismo sin ninguna necesidad de entrar en la sociedad humana. El monstruo posmoderno es la criatura del doctor Frankenstein". Lovecraft y Mary Shelley comparten género, el de la ciencia ficción de terror, pero en ningún caso las aspiraciones eran las mismas, y es por ello que Lovecraft marca un punto y aparte dentro del horror.

Todos estos ejemplos nos hacen entender que el monstruo depende tanto del autor como del contexto, y el monstruo de Lovecraft indaga en nuevas y sorprendentes inquietudes, las de el ser humano como algo insignificante y absurdo, cuyas decisiones no importan más allá que en un reducto muy minúsculo. El tono pesimista del autor respecto a la condición humana será una de las características que definan la literatura del siglo XX, y no comparte otra visión del mundo que la que comenzarán a tener autores como Albert Camus, del que ya hemos hablado en el blog. Lovecraft aplicará esta angustia a sus relatos, convertida en monstruos con tentáculos viscosos que no querremos conocer. 



Bibliografía:






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1 Comentarios

  1. Me ha encantado tu entrada. Soy una gran fan de Lovecraft y este libro es uno de mis preferidos. Me ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
    Un abrazo.

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