Demian, de Hermann Hesse

El simbolismo que mata



Los motivos que pueden llevar a un escritor a pasar horas y horas delante de un teclado pueden ser indescifrables. En muchos casos, uno acaba contando siempre la misma historia pero con distinta forma, también puede que los hechos históricos acaben dominando por completo el relato, o sean los personajes los que persiguen un enigma difícil de resolver. En el caso de Hermann Hesse (1877-1962) la novela puede convertirse en un ensayo y los personajes en un retrato autobiográfico, que tendrá mayor o menor  complejidad, pero cuya verosimilitud será lo de menos. En una de sus novelas más conocidas, Demian (1919), el autor afianza sus rasgos más característicos y añade un simbolismo religioso que ya  augura el estilo que encontraremos en Siddhartha.



En este libro conoceremos a un joven, Emil Sinclair, que abrumado por los cambios de la adolescencia, comienza a preguntarse por su lugar en el mundo y su relación con los demás. En una de las conversaciones con sus amigos, Sinclair cuenta que ha robado un saco de manzanas con la intención de ganar el respeto de estos, pues comienza a adverir que los actos deshonestos pueden ser vistos con admiración en determinadas circunstancias. Cramer, uno de los compañeros, escucha la historia y amenazada con contarlo al dueño del huerto si no obtiene de nuestro protagonista lo que quiera, y así comienza un relato de extorsión y abusos por parte de este, en una etapa clave: aquella en la que Sinclair va configurando su idea del mundo. En este contexto conocerá a un nuevo compañero de clase llamado Demian, por el que se sentirá extrañamente atraído, y le sumergirá en una realidad paralela, cuestionando todos los pilares morales que le sujetan en un momento de debilidad espiritual. 

Este conflicto el que surge de cuestionar los valores y el mundo durante la adolescencia es una temática común en diferentes autores y que ha dado pie a conocidas obras como El guardián entre el centeno de J.D Salinger. Es este un concepto complejo, que podría abarcarse desde multitud de ángulos, y aunque con la sinopsis podríamos entender que Hesse pretende ahondar en dicho mensaje el autor no escatima en simbolismos, aclaraciones, y básicamente, en reiterar todo aquello que el lector ya ha entendido. 

"Dos mundos se confundían allí: de dos polos opuestos surgían el día y la noche. Un mundo lo constituía la casa paterna; se llamaba padre y madre, amor y severidad, ejemplo y colegio. (...) En este mundo existían las líneas rectas y los caminos que conducen al futuro, el deber y la culpa, los remordimientos y la confesión"(...) En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escansalosos; todo un torrente multicolor de cosas terribles, atrayentes y enigmáticas, como el matadero y la cárcel" (Pág.17).

El título original del libro Historia de la juventud de Emil Sinclair, el nombre del primer capítulo Los dos mundos y las diversas narraciones nos abocan a un único mensaje; la contradicción de un mundo en el cual coexisten la realidad más violenta y el amor más puro. Muchas de las obras cinematográficas están limitadas o aconsejadas hacia un determinado grupo de edad, por su violencia, explicidad o temática, conformando así un reino de la infancia en el que supuestamente no deben penetrar unos valores que corresponden al mundo adulto. La adolescencia se convierte entonces en este puente tan amenazador como alentador entre ambos. Aquí es donde se encuentra Sinclair, que narra cómo se ve arrastrado hacia uno u otro lado dependiendo de las circunstancias. La verdad y la mentira se entremezclan entonces, porque el mundo que le han vendido hasta ese momento comenzará a ser cuestionable.

Este desarrollo se forzará con la aparición de Demian, que rompe bruscamente con su modo de pensar cuestionando aquello que le enseñan en el colegio católico. Estos pilares en los que Hesse sustenta la bondad Dios, el cristianismo, el colegio o la familia se mostrarán entonces como inestables para Sinclair. Teniendo en cuenta el estilo de Hesse, más próximo al ensayo que no a la narración, esta serie de razonamientos podrían convertir la historia en una gran obra apoyada en los conceptos de la ilustración, el existencialismo o la crítica religiosa, pero se convierte en una obra superficial y explícita que no ahonda realmente en aquello que pretende. Julio Cortázar definió Demian así en una entrevista: "Ese libro tenía todos los elementos para ser precisamente lo que no es, de ahí mi sensación de estafa", y es posible que no encuentre mejor definición para describir la impresión que deja el libro. El autor acaba diciendo que podría ser "cualquier muchacho joven atravesando la charca de la adolescencia". Vamos, que no le ha convencido del todo.

Si por algo se definen los paralelismos religiosos que encontramos en Demian es por pretenciosos, pues la interpretación a partir de narraciones bíblicas no subyace en el texto, sino que Hesse las expone con tanta claridad que no da lugar a análisis o a una indagación crítica como la que predica con su protagonista. Desde el primer capítulo la historia de Caín y Abel aparece con la intención de exponer, por una parte la incredulidad de Demian hacia lo bueno y malo, pues este le da su propia versión de los hechos, y por otra parte, como paralelismo con la historia de Sinclair. Ahora bien, Hesse no logra ninguno de los dos objetivos.

"A todo esto, yo me sentía muy mal. Vivía en una orgía autodestructiva constante; y mientras mis compañeros me consideraban un cabecilla y un jabato, un muchacho valiente y jueguista, mi alma atemorizada aleteaba llena de angustia en lo más profundo de mi ser. Recuerdo que al salir de una taberna un domingo por la mañana me brotaron las lágrimas al ver a unos niños jugando en la calle, limpios y alegres, recién peinados y vestidos de domingo".

Caín y Abel son los primeros hijos de Adán y Eva, que pueden servir para representar esa pureza que Hesse defiende en la infancia, esa "nada" anterior. Ambos hermanos desean darle una ofrenda a Dios, y mientras Abel obsequia al creador con el sacrificio de un cordero, "que quita los pecados del mundo", Caín prefiere obsequiarle con los frutos del campo. La decisión de Caín puede relacionarse con la visión gnóstica que tiene el libro que explicaré más adelante pues esta corriente defiende que la fe no libera del pecado, sino que la salvación solo puede venir por uno mismo. De ahí que Caín no presente un sacrificio para expiar sus pecados a Dios. Según el relato bíblico, Dios no habría aceptado esta ofrenda, y Caín, celoso y desamparado por el desprecio, acabaría matando a su hermano. Como castigo Dios le condenó a vagar por la tierra, pero le colocó una insignia o marca para que nadie le hiciese daño. Aunque esta explicación se pueda relacionar con la "primera traición humana" y la entrada en este mismo mundo desagradable o violento de Sinclair, Demian le dice que se cuestione la historia, pero no profundiza en los posibles significados de esta, sino que se queda en la superficie de todo.

Abraxas, representación

En El lobo estepario es evidente que Hesse siente fascinación por la individualidad y la soledad para la conformación de uno mismo, y esto podría tener sentido dentro del gnosticismo si a Sinclair no le hiciese falta un guía espiritual como es Demian y luego Pistorius durante todo el libro en su camino hacia el conocimiento. En muchas partes del libro las reflexiones a las que llega Hesse se pueden incluso contradecir. A partir de cierto capítulo nos introduce a Abraxas como posible dios, que es una figura mitológica extraída del gnosticismo. Este dios sería según esta filosofía en una combinación del bien y el mal, normalmente representado con una cabeza de gallo y las patas como serpientes.

La introducción a Sinclair de este dios indica por tanto que el libro no tiende hacia el laicismo, sino a una reestructuración de las creencias del protagonista. Con este dios Hesse descarta la idea, previamente iniciada con el relato de Caín y Abel, de que el Dios cristiano puede nos representar la bondad. Si en ese relato podemos observar a un Dios vengativo y autoritario la expulsión de Adán y Eva, la condena a Caín negándose a concederle el perdón del pecado o la doble moral de colocarle una insignia contradice la posterior necesidad entonces de un dios que abarque el bien y el mal.

A partir de la aparición de Abraxas la historia se inclinará hacia un camino abstracto, religioso y metafísico que será difícil de interpretar de forma coherente. No existe ninguna justificación para todo el marco religioso que emplea, y en ciertos momentos parece más una experimentación del autor que no una novela con algún objetivo. El tono pretencioso y aleccionador de Demian es excesivo, pues en El lobo estepario encontrábamos todo lo contrario, a un hombre derrotado. Este último libro cumplía la expectativa de describir la soledad y el individualismo humano, y pasaba de puntillas por temas que también quería incluir, como la modernidad, la vida urbana, o el clasismo burgués, sin más ambiciones y llegando a cada punto. En Demian quiere abordar una gran significación a partir de un desarrollo simplista, que puede captar el interés y angustia juvenil pero que no va más allá. Demian parece en ocasiones un ejemplo de cómo el simbolismo recargado puede llegar a soterrar el relato.