Mi marido es de otra especie, de Yukiko Motoya

Tras meses huyendo de las lecturas románticas mi primavera acabó con dos libros interesantes que ahondan en las relaciones humanas desde la perspectiva más melancólica, complementándose entre sí. El primero, Llámame por tu nombre, como comenté en un vídeo, nos traslada a una entrañable casa italiana donde Oliver y Elio viven un amor pasional y prohibido, compartiendo la certeza de que todo acabará en algún momento. Posteriormente leí Solanin, un manga de Inio Asano que nos muestra la cara más amarga del paso a la edad adulta. Los dos protagonistas tienen más de veinte años, viven juntos y comienzan a darse cuenta de que la vida iba en serio, de que las decisiones que tomen serán una piedra fundamental para su futuro. De las expectativas, pasamos a la realidad. De las ilusiones, a la rutina. Alianza Editorial me envió un ejemplar de Mi marido es de otra especie, de Yukiko Motoya, que ahonda justamente en la fase siguiente, en ese lugar de desencanto que quizá solo logren habitar quienes no son de esta especie. 

Michael Rougier (1964)


Mi marido es de otra especie
Yukiko Motoya
Alianza Editorial
152 páginas


Su marido es de otra especie
El libro Mi marido es de otra especie narra la vida de San, una mujer japonesa que tras observar detenidamente sus fotografías percibe que su rostro y el de su marido cada vez se parecen más. "No era una similitud que me permitiera señalar facciones concretas y explicar en qué consistía la semejanza, pero, cuanto más miraba las fotos, tanto más aumentaba mi aprensión. Era como si el aspecto de cada uno se fuese aproximando gradualmente al del otro" (Pag 9). Podemos intuir que el libro se convierte desde el principio en una sucesión de elementos metafóricos y mágicos, pero también en un relato largo cargado de realismo. No he tenido demasiado contacto con escritores japoneses, pero las historias de Motoya tan solo confirman lo que ya empecé a notar tras los breves acercamientos a Murakami: existe una manera de representar la existencia humana con sencillez, sensibilidad, surrealismo y magia que tan solo he encontrado con escritores asiáticos.

Nos presentan entonces al marido, el individuo que complementa la unión amorosa, un hombre completamente mimetizado con el entorno y atrapado en la rutina. En su vida tan solo existen los programas de variedades de la televisión y su preciado sofá, sin conocer nada más allá. Encontramos una desafección absoluta por las relaciones sociales, la lectura, la diversión o incluso por salir de casa. Aunque esta representación pueda parecer exagerada, también debemos tener en cuenta que los hechos tan solo se cuentan desde la perspectiva de San, una mujer que poco a poco ha acabado aborreciéndolo. Su marido se convierte entonces en la plasmación total de la monotonía, en un hombre que tras salir del trabajo decide no pensar en nada. ¿Es justamente esta condición, esta falta de ilusión por la vida, la que hace pensar a su mujer que tal vez no sea un ser humano?

Yukiko Motoya
Un hombre que carece de todas las cualidades comúnmente asignadas a los humanos podría entonces no considerarse como tal, pues es en ese vacío interior donde San encuentra su falta de vida humana.
Su marido llega, deja la ropa, se sienta, cena y pone la televisión. Así durante días, sin hacer nada más. Se podría decir que es la representación más fiel al concepto de monotonía y rutina en una alienación hacia sus obligaciones casi absoluta. Todo hasta el último punto se convierte entonces en una crítica hacia la convención del matrimonio.

Una de las diferencias del humano con, por ejemplo, una máquina, es justamente el cambio que se produce en sus reacciones, el tiempo que tarda entre una cosa y otra, y en general, la variación de actividades. Las máquinas pueden hacer la misma rutina con el mismo tiempo exacto todos los días, pero el humano es más variable. La monotonía en el libro también implica una detención del tiempo en un bucle temporal constante, sin pasado ni futuro, en el que uno se ve incluso atrapado. Es así como Motoya parece describir la relación matrimonial. El marido ocupa cierto lugar del espacio, pero no tiene un sentido para vivir, un paso del tiempo ni un cambio en su estado. El marido de San tiene presencia, pero ella comienza a considerar que quizás carece de existencia. El objetivo de llegar al matrimonio dentro de las convenciones sociales también indica este punto final, como si a partir de este objetivo todo se paralizase, y la monotonía fuera la norma que gobierna el día a día según la autora.

Lo complejo de la individualidad 
Uno de los temas que mejor aborda este libro tiene que ver con la individualidad. Los seres humanos somos individuos, pero no individuales, y nuestro carácter se conforma en relación con otros de forma inevitable. Ahora bien, Mi marido es de otra especie lleva este concepto al límite, donde nuestra relación con otros acaba en una pérdida de identidad. Nosotros actuamos en base a lo que aprendemos de la sociedad, de nuestros padres y de la gente con la que convivimos, adoptando necesariamente sus formas de vida y comportamiento. Una vez asimilados, comenzamos a formar el "yo individual", aquel que se desmarca. Parece ser que dentro de lo aprendido conformamos un nuevo ser con ideas y formas de actuar más o menos propias. El concepto de la individualidad es al que quiere llegar Motoya con estos relatos, en la imposibilidad de ser individual cuando se convive con otro, convirtiéndose en la reflexión más interesante.

Para ello, utiliza un realismo mágico muy sutil que se integra perfectamente con las historias. San se da cuenta de que poco a poco sufre una metamorfosis y se va convirtiendo en lo que más le asusta: su marido. El libro nos llevará por los caminos más angustiantes en esta transición, y nos veremos obligados a analizar la dependencia emocional, la convención del matrimonio, la pérdida de identidad y las relaciones románticas a través de las historias de Motoya. "Por la mañana, cuando me miré al espejo, parecía como si mi cara hubiera empezado a olvidarse de mí. Seguramente, aquel día mis facciones relajaban su vigilancia. Al verme reflejada en el espejo, se apresuraron a reunirse y trataron de colocarse en su posición habitual, pero no la recordaban con exactitud, y al final, quedaron un poco desdibujadas" (pag 73). De esta frase podemos extraer dos puertas de interpretación principales que abre la autora. En primer lugar aborda la mimetización con el otro y, por otra parte, la pérdida de identidad o de uno mismo,  de esas características desdibujadas que no saben encontrarse.

Michael Rougier: Youth in Japan (1964)


Para ir un poco más allá, vamos a hablar de lo que Motoya critica a lo largo del libro, y no es nada más que la idea de amor romántico ligada a la convención del matrimonio. Vamos a fijarnos en ese primer concepto que he mencionado, en la mimetización, ya que los relatos exageran hasta lo imposible lo que encontramos en la vida cotidiana, y para ello utilizaré las obras que he mencionado al principio. Esta autora japonesa pone el foco en la idea de amor romántico que ha venido desde siempre ligada a la convención del matrimonio, y en cómo la representación del ideal amoroso ha perjudicado las relaciones actuales. El primer concepto, aquel que alude a una "mimetización" se hace evidente si hablamos de la mayoría de obras románticas. En Llámame por tu nombre, libro mencionado anteriormente, Aciman nos muestra el principio del fin. Recrea ese estado de admiración total por otro individuo, de la idealización que conlleva necesariamente una desilusión. Elio acaba perdiendo el sentido por Oliver, y a partir de su aparición todo el libro que supuestamente debería narrar la existencia de Elio comienza a narrar la del otro. Sus intentos de entenderlo, de describirlo, de saber qué hace y dicha necesidad de plasmarlo acaban por dejar en segundo plano al propio protagonista.

Esta mimetización comienza se presenta de la mano de pequeños detalles, como el colgante de Oliver. La familia de Elio se caracteriza por ser más reservada en su vida como judíos, mientras que Oliver lleva el colgante de la estrella de David al cuello. A partir de su conversación sobre el tema, Elio decide llevarlo también. En Mi marido es de otra especie nos muestra de una manera surrealista el fin de esta mimetización, donde la protagonista es consciente de lo que ocurre y de su falta de identidad.

"Dime Hakone, ¿ya no piensas casarte con Senta dentro de poco?
(...)
Después de todo no puedes confiar en él, ¿no es cierto?
Oh, no, no se trata de es. Hmm... ¿Por qué será? Ni yo misma lo sé con certeza. Pero diría que ambos queremos conservar un poco más nuestra individualidad" (Pag 45)

Utilizo este libro porque desde su mismo título se refleja aquello que Motoya critica, porque se convierte en una obra muy representativa de este objetivo del amor romántico. En Llámame por tu nombre, tras la resolución de la tensión sexual y una vez comenzada la fase de enamoramiento, los protagonistas expresan su deseo de llamarse por el nombre del otro. El lector acaba ilusionado con el momento, pero lo que se está produciendo es justamente esta unión al otro. Lo que se persigue no es la ausencia de secretos, o la intimidad total, sino casi convertirse en la misma persona. Aciman escribe en su libro una frase de Cumbres Borrascosas ("Yo en lugar de eso pensé en las palabras de Emily Brontë: «Porque él es más yo que yo mismo»") que evidencian lo que Motoya critica. La idea dentro del amor romántico de que ambas personas no existen sin la otra. "De lo que sea que nuestras almas estén hechas, la suya y la mía son lo mismo"(Cumbres Borrascosas).

El amor romántico como pérdida
Aunque todas estas reflexiones que vienen ligadas al relato me han parecido interesantes, me ha fallado la reflexión posterior, ya que parece que Motoya abre diferentes paréntesis sin acabar de cerrarlos. El final me ha gustado, y es posible que los relatos posteriores, con protagonistas e historias diferentes, ayuden al lector a hacerse una idea de todo el espectro que critica Motoya sobre las relaciones, pero no sabemos qué puede hacer Sanchan para solucionar su problema. En las primeras páginas del libro y volviendo a ese realismo mágico le sugieren que para frenar los efectos que le produce su marido ponga una piedra "mágica" entre ella y él. Esta piedra acabaría pareciéndose a él en lugar de San.

La piedra podría significar un bloqueo entre ambos, una pared que simbolice la pérdida de complicidad absoluta o necesidad, es decir, que en la relación exista un espacio individual muy marcado para cada uno de los dos. Lo que parecería más evidente es que San utilizase en las primeras páginas dicha piedra, pero entonces no tendríamos libro, ni tampoco problema. San se niega a poner esa "piedra metafórica" entre ella y su marido porque quiere mantener su individualidad, pero tampoco quiere perder la unión y conexión, pues no quiere dejar de ser él. Como veremos, el concepto abstracto se transforma en hechos cotidianos, y la contradicción de las relaciones, entre la soledad y la necesidad del otro, se condensa en ese preciso instante. La idea dentro del amor romántico de que esa persona "lo conozca todo de ti" y "te complete" será imposible mientras exista una división, una parte reservada inmodificable o espacio propio independiente e incluso desconocido por el otro, conceptos muy ligados a la formación de personalidad e individualidad que defiende Motoya. Según el libro el objetivo de las relaciones no debería ser capturar la esencia y convertise en otro, sino aferrarnos a nuestra propia individualidad.

"Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes"- Nietzsche.

Una crítica a la unión simbiótica
Todos estos razonamientos ya pasaron en su día por la mente de otros autores. El filósofo Erich Fromm da respuesta al problema que nos plantea Motoya en su libro "El arte de amar". Para él, el amor es una respuesta al problema de la existencia, pero argumenta que con este pueden surgir diferentes desviaciones. Defiende que existen dos tipos de relación, una surgida de la unión simbiótica y otra del amor maduro. Mi marido es de otra especie muestra el desarrollo y decadencia de una unión simbiótica en la que ambos intentan ser uno mismo. Para Fromm esta es una forma inmadura de amar, mientras que en el amor maduro "se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos". Es decir, el objetivo es preservar la propia integridad aún en unión con los demás.

"Oye, Sanchan, ¿conoces el cuento de la bola de serpientes? ¿No? ¿Dónde lo habré leído? Tal vez alguien me lo contó hace mucho tiempo. Dos serpientes están juntas y cada una empieza a comerse a la otra por la cola. Van devorándose con rapidez y en la misma proporción, hasta que solo quedan las dos cabezas, que parecen una bola. ¿Comprendes? Tal vez la imagen mental que tengo del matrimonio sea algo así. A lo mejor, cuando nos demos cuenta, tanto yo como mi pareja habremos desaparecido (...)"

Yutaka Takanashi (1965)

Para él, parte del problema reside en el sentido de mercantilización con el que entendemos los intercambios, pues preconcebimos que aportar a alguien, darle parte de nuestra esencia, significa también perder o dejar de tener. Esta disyuntiva que no soluciona Motoya sí tiene una conclusión precisa en el diálogo del padre de Elio en Llámame por tu nombre: "En tu situación, si hay sufrimiento, domínalo, y si queda alguna llama, no la apagues, no seas cruel (...) Nos desprendemos de tantas cosas propias para poder curarnos lo más rápido posible que a la edad de treinta ya estamos en bancarrota y cada vez tenemos menos que ofrecer cuando empezamos una nueva relación con alguien". Motoya defiende que aquello que vamos dando es aquello de lo que nos desprendemos, mientras nos desdibujamos, en una clara ejemplificación del amor inmaduro o unión simbiótica de Fromm.

Animales y otras premoniciones
Una de las características reseñables de Mi marido es de otra especie se encuentra en la utilización selectiva de los animales como premonición, normalmente ligada a eventos negativos. A medida que seguimos con la lectura nos damos cuenta de que este relato tan solo es uno de los cuatro que conforman la historia, todos con una relación entre sí. Esta edición incluye Mi marido es de otra especie, Los perros, El baumkuchen de Tomoko y Un marido de paja. En el primero, Motoya nos presenta al gato de su amiga, como símbolo de la degradación que está viviendo la pareja. Shansho tiene incontinencia urinaria, y esto poco a poco ha acabado mermando la relación y la vida familiar de su amiga, ya que toda su casa desprende este horroroso olor a sucio. La combinación de estas descripciones olfativas al mismo tiempo que se deteriora y enrarece la relación del matrimonio de San nos introduce en un clima hostil del que querremos escapar. Para acabar de evidenciar la relación entre ambos problemas, proponen abandonar al gato en la montaña, porque no pueden vivir con él, una medida totalmente opuesta a la que toma Sanchan con su marido. Al mismo tiempo en la página siguiente San comienza a relatar su viaje de novios, donde su marido se sintió vivo en las montañas del Machu Picchu, dando a entender que lo mejor que podría hacer sería "abandonarlo".

En Los perros vuelven a aparecer los animales, en este caso con varios perros blancos en medio de la montaña, relacionados con la soledad de la protagonista. "¿Estás bien? preguntó mi amigo. ¿No estás cansada de la soledad? No le respondí, y le pregunté a su vez si él no estaba cansado de la vida social. Su respuesta fue afirmativa". Al contrario que los gatos, presentados en todas las historias con un halo misterioso y maquiavelico, los perros guardan un aura paciente y fuerte en la historia de Motoya. Los perros ha sido una de mis favoritas y se encuentra estrechamente ligada con el primer relato. Mientras que en uno se expresan los peligros de la "unión simbiótica" con otra persona, en la que se llega a perder el propio ser, con Los perros gira completamente su crítica, y nos ofrece la cara más triste de la soledad, una historia en la que también se corre el riesgo de perderse a sí misma en la búsqueda de total individualidad.

Conclusión
El libro de Motoya nos ofrece un campo para la reflexión, muy rico y amplio para la metáfora e interpretación como hemos visto. Aún podríamos ahondar más en estos relatos, que muestran algunas de las caras menos deseables de las relaciones interpersonales. Aún así, como he comentado anteriormente, abre unos paréntesis que no logra cerrar, quizás con el objetivo de que lo haga el propio lector. También cabe decir que es una lectura surrealista que acaba en la introspección personal, en cómo nos relacionamos y con qué consecuencias. Debo matizar dos cuestiones que podrían haber mejorado pero que, al igual que otras, han quedado en el aire. En primer lugar, se observa una crítica constante hacia la forma de vida occidentalizada y moderna, y cómo esta influye en nuestras relaciones sociales.

Se critica el cambio de mentalidad respecto al consumo, defendiendo los comercios de proximidad en lugar de los grandes almacenes, dando a entender que el contacto humano y la lógica de venta se pierden en ellos. Podría ser un planteamiento interesante si lo hubiese matizado, pero tan solo aparece algunas veces de forma esporádica, como si quisiera dejar clara una postura que tampoco tiene tanto que ver con el relato. Por otra parte, en la misma línea, se crítica la adicción a las nuevas tecnologías, y cómo estas van dañando poco a poco nuestras relaciones. En cierta parte de la historia, el marido de San está enganchado a unos videojuegos virtuales, que acaban por mermar del todo el matrimonio. Esta crítica la hace de manera más directa, y aunque sí tiene bastante relación con el contexto, tampoco acaba de darle las pinceladas suficientes como para justificar la aparición de esta crítica, también como si no supiese dónde o cómo escribirlo.

En general, se trata de un conjunto de relatos que tienen gran cohesión entre sí, muy pensados y con una gran utilización de metáforas, de los que podemos extraer enseñanzas y reflexiones para la vida diaria. Con un toque japonés interesante, una presencia de la naturaleza tanto humana como simbólica muy importante y un surrealismo que podría ser innecesario, pero acaba encajando perfectamente con el desencanto de las narraciones.

Michael Rougier (1964)